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Revista Crónica, pulsión vital hacia la oscuridad y el vacío

“Con un trágico brochazo de sangre se cierra un retazo del Tiempo. Una roja aurora vuelca su tinta en la inmensa lobreguez de pesadilla del año de la Guerra. Nietzsche triunfa. Su negro vaticinio envuelve a los hombres y a las cosas”

(Fragmento del último editorial que habría de publicar la Revista Crónica.

Asunción. 1914)




Rimbaud, Mallarmé, Baudeliere. Poetas que se ganaron su lugar indisputable como malditos, en esa constelación de movimientos incesantes a la que se llama historia. Pero la palabra “malditos” se queda chica cuando hablamos de otro tipo de creadores. Astros celestes que se extinguieron en el interior de su propia implosión, cuya luz brilló cegadora pero fugazmente, para obedecer hasta el fin de los tiempos a la más fría de todas las órbitas, más fría que la misma muerte: el olvido. Y en esa ingravidez gira la Revista Crónica.


El sueño comienza a latir


Crónica nace cuando la humareda de la última turbulencia política todavía no se había disipado en Asunción. La sangre dejó de correr de manera tan profusa, y la sociedad, por fin, podía darse un respiro. Así ve la luz el primer número, el 12 de abril de 1913.

Nombres de peso de la época figuran como precursores, colaboradores o influencias en su formación, como don Arsenio López Decoud, fundador del grupo La Colmena, núcleo literario que reunía a escritores de tendencia posromántica y modernista; o don Viariato Díaz-Pérez, insigne formador de grandes exponentes de la literatura y el arte en Paraguay; además de artículos firmados por Rafael Barret, entre otros.


Circunstancias (muy) particulares


Sin embargo, para estudiosos posteriores, como Rodríguez Alcalá, “como modernistas, fueron ecos débiles de poetas cuyos temas no lograron nunca desarrollar con personalidad, energía y originalidad (…). No crearon una saturación modernista, desde la cual partir hacia una nueva aventura estética”. El modernismo se había desarrollado a finales del siglo XIX y en la década de 1900, y pasó como una fugaz ráfaga sobre Latinoamérica toda, dejando a los escritores de Crónica completamente anacrónicos. Una paradoja más de parte del negro sentido del humor del destino. Raúl Amaral explica esta situación tomando las circunstancias particulares del Paraguay como punto de partida: “Como pocos países de nuestra América había sufrido el Paraguay el paso del Apocalipsis, el avance del exterminio, la ocupación y violación de sus territorios y sus gentes por los invasores”. Apenas 40 años habían pasado desde la Guerra Grande.


La sociedad en su conjunto no podía ser estudiada o comparada con cualquier otro caso común y corriente. Crónica, quizás, estaba desde un principio condenada al ostracismo histórico.


Esplendor y muerte de un sueño azul


Hablar de Crónica es hablar de todo un movimiento social y literario que hizo posible que esta publicación viera la luz. Pero es también referirse a sus cuatro principales literatos: los poetas Pablo Max Insfrán y Guillermo Molinas Rolón, y los prosistas Leopoldo Centurión y Roque Capece Faraone. Ninguno había alcanzado aún los 20 años en ese entonces. La colaboración del caricaturista Miguel Acevedo es también fundamental para la revista.


Roque Capece Faraone:


Sus escritos giraban en torno la literatura, el teatro, las artes, etcétera. Como escritor, se encargó de abrir interrogantes en cuanto a la cultura en el ambiente paraguayo, además de la sociedad y su evolución. Dice sobre él Carlos Centurión, en su Historia de las Letras Paraguayas: “Después de los días risueños de Crónica, siguió escribiendo para el gran público. Ambuló por las redacciones de diarios y revistas hasta que, víctima de las drogas, volvióse loco. Después retornó, accidentalmente, a la cordura; 'pero aquel despertar de su entendimiento fue más triste que la locura'. J. Natalicio González ha evocado con emoción su última entrevista con Capece Faraone: 'Me entregó la colección de sus cuentos, como un legado; me pidió que velase sobre su memoria (...); y lloró, con llanto convulsivo y seco, sobre las ruinas de todos sus ensueños (...). Tras un largo silencio, agregó: – Centurión (Leo-Cen) fue más afortunado que yo, porque murió a tiempo. Yo me sobrevivo”. Murió a los 34 años.


Guillermo Molinas Rolón:


Alto, moreno, de facciones duras y pocas palabras. Llevaba una melena en completo desorden sobre su cabeza. Cuentan que llegaba a la redacción, lanzaba sus poemas sobre la mesa y volvía a marcharse. En palabras de Natalicio González: “Escribía versos enigmáticos, muchas veces incomprensibles, de una musicalidad sonora como de flauta (…). Vivía en un salvaje aislamiento, y más que la compañía de los literatos, buscaba el contacto de los caídos, de los miserables, de los desechos sociales. Bebía sin mesura. Una inyección de morfina y podía devorarse todo lo que se le ponía en frente. Un día, sus compañeros lo encontraron abrazado a un perro, a quien prodigaba besos en el húmedo hocico: - Hermano perro- profería en la oreja agusanada del animal. El alcohol y la morfina no lograron destruir ese organismo a prueba de excesos, pero malograron un talento en flor. Un día desapareció de la capital y volvió a hundirse en el anonimato campesino. Nadie más supo nada de él. Lo tragaron el silencio y el olvido”. Varios autores afirman que pasó sus últimos días entre los mensú, en los yerbales, recitándoles poesía. Murió en San Vicente, Alto Paraná, en 1945.


Fragmentos del poema “Quiero”, de Molinas Rolón:


Quiero una eterna y tropical belleza.

Un vigoroso rebosar de vida.

¡Y no este páramo espectral que empieza

a combatir la evolución fornida!

(…)

En la batalla de abismal sonido,

la que a la tierra, indolente azota.

¡Yo, de los vicios, con potente ruido,

quiero cantar la colosal derrota!

(…)

Y... si los montes quieren ser más altos,

Y... ya no intentan cultivar ni hiedras.

¡Como un Titán quebrantaré basaltos

y haré fecundas sus groseras piedras!


Pablo Max Insfrán:


En un principio fue poeta. Luego renunció a la poesía. Después de su experiencia en Crónica, instó a otros escritores a renunciar al verso. Era un hombre de pensamiento, versos perfectos en simetría y rima. Modernista por excelencia. Sus temas y sus versos no dejan duda sobre ello. Más tarde mostraría sus dotes de periodista e historiador con una excelencia ejemplar. Creía en el predominio de la razón en la creación literaria. Habría de afirmar: “Nosotros no éramos hombres irracionales, como lo son los de hoy, creíamos en la razón y en la simetría de las cosas. Nosotros queríamos pensar”. “Escapó a los torturantes espejismos de los paraísos artificiales que tragaron la vida en flor de sus amigos, pero su lira enmudeció, al parecer, para siempre”, como aparece en Historia de las Letras Paraguayas. Murió en los Estados Unidos, donde vivió por mucho tiempo desarrollando cátedras en la Universidad de Texas. Tenía 78 años de edad.


Leopolodo Centurión (Leo-Cen):


De prosa sobria. La elegancia de ella radicaba en frases cortas, contundentes. A veces casi contradictorias. Con el tiempo, su escritura se fue haciendo más sutil, más musical, alcanzando niveles de verdadera genialidad. Un escrito anónimo, que por todo título lleva su nombre, lo describe así: “Tipo del muchacho malo, del terrible muchacho que produce inquietud, y a su paso, las gentes no saben si temerle o admirarle. (…) Padece del exotismo literario -sublime mal- que le hará el eterno desadaptado. (…) Ebrio de idealidad y ensueño, marca sus pasos por los senderos abuptos que lleva a la morada intangible de la Belleza encerrada inviolable, como esencia de los dioses, en misteriosos ofrendarios, allá en las cumbres veladas donde aletea el azul...

(…) Hay presagios de triunfo en los bellos horizontes irisados de prístinas luces de aurora, que nimba la frente de los esforzados caminantes hacia el más allá de las etapas ideales. Y Centurión marcha a su encuentro”.

"Tal fue Leopoldo Centurión. Huyendo de la terrible amargura del vivir, se refugió en los paraísos artificiales. Y el hacedor de tantos y tan bellos fantasmas, se enamoró, en el sueño optimista de las drogas, de quien sabe qué celestes visiones y se marchó en pos de ellas", nos dice J. Natalicio González.


Miguel Acevedo:


Brillante ilustrador que si bien no publicó solamente en Crónica, parece haber estado predestinado a una vida fugaz, debido a una incurable enfermedad. Fue becado para estudiar en París en 1914, a donde fue muy entusiasmado por conocer la Ciudad Luz. Sin embargo, la Primera Guerra Mundial habría de provocar su prematura vuelta al Paraguay, a donde volvió ya sin la vitalidad con que había partido. Probablemente a él le debemos el último editorial de la revista. Murió en 1915, a los 26 años.


Desde más acá en el tiempo


Varias fueron las revistas que aparecieron luego, como Letras (1915-1916), Fígaro (1918-1919), Pórtico (1919), Guarania (1920), Alas (1924) y la influyente Juventud (1923-1927), en donde empiezan a figurar decididamente nombres que luego marcarían a fuego la literatura paraguaya.


Pero sobre Crónica pesa el estigma de lo primerizo, del ensayo y error, del entusiasmo irreverente de lo nuevo. La poesía fluía de ellos vital y frenética, fugaz y trágica. “Somos jóvenes. Somos la vida que se rebela ante el destino que impone su locura”, rezaba otro fragmento de ese último editorial. Ellos buscaron romper la inercia de la vida para aterrizar en tierras nuevas, donde la belleza, los sueños y las sensaciones pudieran convivir juntos. Y quizás, en esos instantes rotos que se salen del tiempo y duran por toda la eternidad, hasta lo lograron.


Bibliografía: Amaral, Raúl. Escritos Paraguayos. Ediciones Meditarráneo (1984).

Rodríguez Alcalá, Hugo. Literatura Paraguaya. University of California (1971).

Amaral, Raúl. El Modernismo Poético en el Paraguay. Editorial Alcándara (1982).

Centurión, Carlos R. Historia de las Letras Paraguayas - Tomo III. Editorial Ayacucho SRL (1951).


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