Nelson Roura: un itinerario hacia su poesía
Son a veces extrañas y diversas las maneras en que uno, como lector, llega a encontrarse con un autor cualquiera y luego hasta llega a quererlo. Un día, intentando decidir a qué poeta paraguayo abordar para un ensayo de crítica literaria y preguntando aquí y allá sobre alguno medio desconocido, me hablaron de Nelson Roura.
Siempre estuve interesada en la producción poética de los escritores de la década del 60 y la incisiva representatividad que tuvo Roura para esa generación, según me contaba la misma persona que me lo nombró, resultó ser una fuerte llamada de atención para mi curiosidad. Lógicamente nunca escribí aquel ensayo ya que, como comúnmente nos sucede a algunos, preferí aferrarme a un escritor sobre quien no tuviera tanto que desenmarañar: error. Aun así, de vez en cuando recordaba al poeta, o por lo menos internamente me repetía su nombre y apellido para dejar establecida y reafirmada la tarea de investigarlo. Así fue que al fin un día me dediqué a hacerlo. Roura, Nelson (Asunción, 1945-1969). A pesar de su corta existencia dio signos de una alta creación literaria, rezaba la breve biografía que se incluye en el Proceso de la Literatura Paraguaya de Victorio Suarez; y, por supuesto, se explicaban más detalles: como que fue uno de los más promisorios exponentes de su promoción y que se mostró combativo ante las difíciles circunstancia0s por las que atravesó el país durante los primeros años de la consolidación de la dictadura stronista. En esa misma ocasión leí sus poemas, lamenté que haya muerto a los 24 años y admiré con extraña consternación que sólo tuviera 20 años cuando publicó su primer y único poemario en vida, al qué llamo con gran humildad Poemas (1965).
En una primera lectura, se intuyen en los versos de Roura atisbos de una personalidad aguda escondida tras ellos, cuestiones crípticas sobre el autor que difícilmente se encuentren descifradas en alguna de sus biografías o críticas literarias.
Un tiempo después habría de entender esas impresiones, cuando Alberto Sisa, bibliotecario de la Manzana de la Rivera y primo del poeta, me contara, en una de esas improvisadas conversaciones que derivan en una casualidad, que poco y nada recordaba de Nelson, pero que en su familia comentaban siempre que fue un buen tipo, un tipazo, pero que también era bastante ensimismado, hasta tímido se diría y que poseía una particular obsesión por la lectura, cuestión que lo llevó a ser una persona precipitadamente instruida, me decía. Según Alberto, Nelson se encerraba días enteros leyendo los libros que había conseguido para su sustanciosa biblioteca, algunos de edición inédita o de difícil acceso para cualquier lector del país, de esos tomos que nadie tiene y todos quieren tener pero que sólo él tenía. A veces no comía por pasarse el tiempo leyendo y eso dio motivos a la diabetes para que se lo llevara tan temprano, continuó Alberto.
Algunos años después de la muerte del poeta casi todos los tomos de la biblioteca de su propiedad fueron confiscados por el régimen de Alfredo Stroessner, en una abrupta y prototípica irrupción a su domicilio. Dicen que lo habían vinculado a la militancia de oposición, pero él ya estaba muerto cuando se llevaron los libros y esa ya es otra historia, una a la que habría que dedicarle otro título para sumar a más de las tantas anécdotas que mutilaron la trayectoria de la literatura paraguaya.
Después de la conversación con Alberto, releí los poemas y esta vez el autor resultó ser pura revelación. Con las referencias anteriormente relatadas más la diversidad de tonos, materias y universos revelados en cada verso accedí, por fin, como a un destino único a su poesía.
José Neisen escribió, en el prólogo de Nenúfar del Silencio (1989), poemario póstumo que reúne la primera obra de Roura más una compilación de su poesía inédita, que "en ella se conjugan el lirismo de la gran tradición romántica, la paradoja de las asociaciones surrealistas, el humor acre de la poesía satírica y la dimensión épica de la conciencia social y política".
Y aunque parezca difícil conjugar todas esas características en un solo poeta, ese fue el autor al que encontré al final del trayecto y esta es su poesía:
DESASIDO, NÁUFRAGO, navegante sin
rumbo,
transeúnte de camino laberíntico,
tu sola luz mis pasos guía,
Eres puerto y eres faro,
hoguera y llama,
donde la ciega mariposa quemas sus alas.
AQUÍ
DISIMULA EL SUSPIRO con un canto
y contempla, en la distancia
el éxtasis en el vientre
de las nubes.
CALEIDOSCOPIO
EL SOL, cebado
por las ratas amarillentas de perfume,
ya podridos de ilusión,
gasta,
los espúreos centavos,
que guarda en el bolsillo
derecho del corazón.
El sol baja a Asunción
a tomar tereré,
y el patrón de la cervecería
le indica que debe meterse
en la botella.
Por qué?
Ya verá.
Explosión en el corazón.
Más abajo,
los cadáveres desnudos hasta el cuello
riendo sin motivo:
“Son ralea”,
explica el duque y manda
detener el fusilamiento.
“¡Comenzad”!
Las perlas ruedan sobre
la nieve, montaña
abajo,
ay! casi aplastan a una
niña y las moscas se reúnen para
observar el curioso
fenómeno violeta.
Dios sacude
con carcajadas la nieve,
y la muerte trajina,
vieja por el hambre
con el dolor bajo el brazo,
maldiciendo haber nacido,
y chupando una pastilla para la tos.
Un mujik revienta pulgas
con el extremo de un látigo
sosteniendo por el terrateniente del Koljoch.
Los militares del Paraguay
se pasean por las plazas
primaverales
llevando cuadernos bajo el brazo
como si fueran a la escuela.
Bum! Bum!
- llegó la navidad.
Todos, vamos, en fila,
a cantar en portugués
tiempos de amor.
Beethoven se abraza
a una columna queriendo
explicar la luz.
¡Lluvia, canta!
Mao Tse Tung
se limpia con el pañuelo amarillo
la sangre que le ha producido
el choque.
En Siberia está mi amor!
es la nieve
jugando con el sol;
y una rosa en sus
cabellos blancos.
Floración
de nieves sumarias
junto al sol.
En Paraguay celebran
el curso del río
y el discurso.
¡Mariscal del Campo,
mastica las hierbas
y no pisotees las
florecillas!