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Proibido en la plasa lo niños y lo perros, según Juan Méndez


Proibido en la plasa lo niños y lo perros es una obra teatral del

dramaturgo paraguayo Moncho Azuaga,

estrenada por primera vez en 1988 y a partir de allí mostrada en diferentes momentos y lugares de nuestro país. En el mes de agosto de 2013 volvió a ver la luz, esta vez representada por alumnos del Taller Integral de Actuación (TIA), bajo la dirección de Juan Méndez. Esta obra de crítica social logra mantener al espectador saltando de la risa al llanto: con excelentes dramatizaciones y una puesta en escena más que elocuente. El Guajhú habló con el director de la obra, Juan Méndez, quien nos relató sus impresiones al respecto y a quien agradecemos la amena conversación

¿Podrías darnos tu opinión personal sobre la obra en su dimensión literaria?

La obra de Moncho Azuaga tiene una característica particular, se adscribe dentro de un parámetro que se llama teatro de la crueldad. Aparecen el humor negro y las situaciones que son más agobiantes y delicadas para la sociedad. Sus obras están estructuradas dentro de lo que sería el teatro épico, por episodios (un episodio termina, el otro sigue y el público va conectando todos los episodios). Se plantean varias situaciones a nivel de texto, la riqueza justamente radica en que es un texto que se puede enfocar desde distintas aristas. Cuando yo le pedí a Moncho hacer la obra, él accedió con mil gustos porque quiere que los alumnos exploren y experimenten su obra.

Entonces fue una decisión tuya, ¿por qué la elegiste?

En primer lugar, porque es un dramaturgo nacional y contemporáneo. No todos los países tienen la oportunidad de encontrarse con el autor a la media cuadra de la calle y poder representar su obra. Le tenés a Josefina Plá, a Julio Correa, pero son de otros tiempos y son geniales, son digamos, palabra mayor. Pero por qué no un autor contemporáneo, alguien que reivindicó la lucha por la democracia tanto tiempo. Su obra tiene esa finalidad, lo que se cuenta es el aspecto macabro de la dictadura y se plantea a nivel de juego. Vos le ves a un niño jugando, los niños juegan y cuentan que su mamá y su papá se pelean mientras una nena le peina a su muñeca. Te podés reír incluso al ver la obra, pero si te detenés a pensar en eso, es una realidad cruel.

Sí, la obra provoca precisamente eso, que uno se ría y de repente le den ganas de llorar o sientas miedo, una sucesión de emociones...

Sí, hay una mezcla de cosas.

Además, aparecen canciones que nosotros cantábamos cuando éramos niños y eso como

que te hace sentir identificado. Canciones que aparentemente son muy inocentes como «Marche soldado/ cabeza de papel/ el que no marcha/ fuera del cuartel», pero que podrían tener un mensaje más profundo.

Y sí, justamente esa es la idea, creo yo, de fondo. Pero cuando nosotros interpretamos de una manera las intenciones, son ideas nuestras en realidad, en el proceso de «laboratorio» se gestan.

¿Cuáles fueron los desafíos al llevar la obra a escena? ¿Qué aspectos te resultaron más gratificantes y enriquecedores?

Toda obra tiene desafíos. Yo creo que el mayor desafío que nosotros asumimos con los chicos fue el encontrarle la vuelta en esta época, en este tiempo, a una obra escrita para otro tiempo, para la dictadura. Nosotros reconocimos eso pero también nos encontramos con que ella sigue, es vigente, está ahí cada vez más presente. Los derechos del niño no son respetados, la situación de la sociedad sigue teniendo realmente esos rasgos (dictatoriales). Entonces el desafío con la obra fue encontrar, por ejemplo, la línea en que íbamos a montar la obra, porque como ustedes habrán visto, nosotros trabajamos también ese sentido, más que nada. No queríamos presentar una obra densa y aburrida, queríamos que la teatralidad predomine realmente en todo el espectáculo, que los actores tengan la oportunidad de entrar en varios personajes, como en los juegos de los niños que se turnan para interpretar un mismo rol, tipo el famoso «yo quiero ser el doctor ahora».

¿Qué pensás de la metáfora de los niños en la obra? ¿Qué se intenta expresar por medio de ese personaje colectivo?

Y... muchas cosas. En principio lo obvio, lo lógico que podemos encontrar aquí es el verdadero valor que tiene la niñez en toda cultura social, o sea, qué es lo que estamos formando realmente ahora para el futuro, con qué le alimentamos socialmente a los niños, son respuestas que se obtendrán en el futuro. Eso es lo fundamental, reflexionar sobre cómo son tratados nuestros niños, qué derechos tienen y si se cumplen o se respetan.

Como que nosotros les damos las reglas del juego de la vida y ellos se adaptan a eso.

Exacto. Y después a nadie le gusta cuando son grandes, nos quejamos, por ahí pasa lo esencial. O sea que la metáfora de los niños en esta obra es todo el Paraguay, completo, eso es interesante. Con respecto a la pregunta anterior, sobre los resultados que esperábamos de la obra, la verdad que queríamos hacer una buena puesta, como le dije a los chicos. Normalmente soy muy arriesgado en jugar con el no saber cómo va a responder la gente, no teníamos idea de qué iba a pasar al final de la obra, era como sacar un nuevo producto. Una vez que empieza la obra siempre todos están nerviosos, preocupados, pero cuando el público comienza a participar del espectáculo es como que se acomodan todas esas emociones. Para mí lo más importante es la respuesta. Nosotros planteamos códigos corporales y visuales que fueron muy grandes y se entendieron demasiado bien.

¿Cómo se trabaja con los símbolos en una pieza teatral? En esta obra específicamente. Don Fulgencio, por ejemplo, parece identificarse con la justicia.

En este caso, Don Fulgencio era un payaso, le teníamos de aquí para allá y justamente en esa época así estaba la justicia y sigue así lastimosamente, capaz que hoy ya no es un payaso sino un tipo con corbata, pero sigue pasando lo mismo. Entonces tenemos aquí ese simbolismo con diferentes personajes: el científico loco, el granjero, el anciano, la maestra, eran como, si se quiere, piezas cinceladas para la estructura dictatorial de la época. Los niños, fíjate, eran sacados de la escuela para juntar algodón, era terrible, se transgredió algo fundamental.

La obra en sí plantea una tendencia represora y alienante en contextos institucionales, familiares, comunitarios y sociales. Visto de esta manera ¿Puede el ser humano lograr su libertad?

La propuesta de la obra para el final real no es la que nosotros representamos, varía un poco, nosotros usamos un contenido muy fuerte que es el final de la reja, entonces los niños quedan condicionados, censurados. La obra propone justamente lo contrario de lo que se ve en otra obra de Moncho Azuaga que es La sagrada familia, donde aparece otro tema, el de los mecanismos y estrategias que utiliza la sociedad como soluciones preestablecidas a problemas. Pero probablemente esas soluciones no sean las mejores (las personas tenemos el poder creador de plantear soluciones diferentes a las acostumbradas, generalmente ineficaces). Es decir, tenés un camino más estrecho y otro más ancho, es uno mismo el que toma la decisión. De repente, con la obra lo que nosotros queríamos era prevenir a ese Paraguay falto de historia, porque el paraguayo no conoce su historia, no entiende ni sabe lo que pasó en la dictadura, y en esto hay un riesgo de que vuelva a suceder, porque no tenemos memoria histórica. Entonces en la puesta hay justamente una intención de comprometer al arte con esa memoria histórica. Así, para el espectador terminar de ver la puesta no acaba allí, vos te vas a tu casa y seguís pensando en eso por días, incluso te acordás y reflexionás los temas planteados cuando ves a un niño jugar, cuando caminás, cuando ves una imagen recordás la obra. Y como respuesta a la pregunta que me hacés, el camino a la libertad me parece interesante pero cada uno debe construir ese camino aunque a veces la sociedad nos someta. A nosotros como paraguayos nos falta práctica todavía con la democracia, estamos en un estado democrático pero nos falta identificar mejor lo que es la libertad. Yo creo que el valor teatral, artístico, es un elemento clave en este momento en el país, se necesita gente que piense, gente que cuestione y esa es la idea de la obra. Es un ejercicio, pero ¿dónde generalmente se enseña ese ejercicio? Es muy complejo, la reforma educativa, por ejemplo, dice una cosa pero al final en su discurso se busca una educación globalizadora (rápida y poco crítica). En mi época, por ejemplo, teníamos muchas materias que ahora están condensadas en una sola, ahora todo es muy general, ya no hay profundidad en nada. Entonces nos volvemos, hasta si se quiere, en un tipo de persona que responde a una estructura materialista pero que no va poder sostenerse nunca porque carece de profundidad, es difícil, justamente por eso es importante entender este fenómeno del teatro. Hoy día se piensa solamente en dar un espectáculo con el riesgo de perder el fin principal que es el de comunicar, el actor lo que hace es comunicar ¿Qué es lo que comunica? Esto, una historia de vida.

¿Te parece entonces que el teatro actual refleja un compromiso social?

No. Porque justamente no contamos con dramaturgia contemporánea con características sociales. Tenemos por supuesto a Hugo Robles, que es uno de los máximos representantes, o Moncho Azuaga, pero no existe una tendencia fuerte. Hubo un grupo que intentó hacer eso pero terminó siendo extremista ¿Y qué pasó? Se volvió radical. Ya no comunican una idea para que el público reaccione y analice, si no que te dan una respuesta ya hecha, pero ¿qué es lo positivo en todo esto? Que no hay nada escrito, hay muchos jóvenes que están estudiando teatro que esperemos que cimienten un teatro floreciente. Antes tenías que esperar mucho tiempo para ver una obra, hoy en día hasta tenés dieciséis obras en un mismo día, es una locura, pero es genial, también hay encuentros en el interior. A mí me parece que estamos en un camino interesante y que van a venir mejores tiempos.

OTRA PERSPECTIVA

Conversando con Gustavo Ortigoza (Actor)

La obra dramática es un preparado en el que intervienen, se comunican y relacionan el escritor, el director, los actores y el público, cada uno de estos actantes se superponen y aportan una parte esencial de la creación, la consistencia de la misma depende del nivel de compenetración que se logra entre ellos, el actor busca entender al escritor a través dela mirada del director. Gustavo nos relata parte de su experiencia al representar la obra:

«Como actor lo que querés hacer es que el espectador se burle de la desgracia. Es como estar relatando una historia súper trágica y es simpático otra vez. Como, por ejemplo, la escena de la guerra, de los niños que juegan a la guerra, vos (público) te cagas de la risa, (porque) están jugando», la guerra es algo terrible en sí misma y en la obra se nos presenta desde una perspectiva infantil. «Yo me sentía jugando, estaba en el escenario: jugando. Todo lo marcado eran juegos (...) Y todo partía de jugar. Por eso capaz que el director lo logró, yo creo que se debe mucho al director todo esto que logramos».

Él describe su trabajo como una conexión con el personaje que representa y a la vez consigo mismo:

«De repente estaba en los ensayos y venían ráfagas de recuerdos de cuando era niño y... ¡guau! Esa es la parte genial que me gusta de ser actor, poder recordar y utilizar esa memoria para expresar un sentimiento. Con cada personaje distinto es así, en una situación de tristeza por ejemplo, que yo pueda utilizar una memoria y que el público entienda, que el público reciba el mensaje, eso es lo increíble. Esto es lo que pasa, cuando vos estas creando, dónde está todo el trabajo emocional: en el momento de los ensayos. Cuando es el día de la puesta, un actor se preocupa por muchas cosas técnicas y también por el movimiento del lenguaje, el cuerpo pues es una forma de lenguaje también, transmite, cómo moverse y esas cosas, todo es consciente, la emoción es consciente, yo hago que se active y se desactive esa emoción, pero está trabajado. Y qué es lo que se hace, todo ese personaje que uno construye, el director se encarga de que se vea natural, real, y lo hace con todos los personajes. En este caso eran personajes muy exagerados, a mí me parecieron muy exagerados, por eso es que yo no entiendo cómo es que a las personas les impactó, o sea la crítica fue muy buena. A mí me parecieron, todos los personajes, loquísimos. En mi trabajo, en mis personajes por ejemplo, uno de los que más me gustó fue el de interpretar una mariposa. Fue un desafío, con pantomima y sin hablar, entré con una mariposa jugando y nada más, sólo con mis dedos, eso para mí fue algo loco. Yo me tenía que imaginar que tenía una mariposa y a través de eso hacerle creer a las personas que tenía una mariposa en mi mano! Y yo sentí que tenía una mariposa en mi mano. Y para mí eso fue genial, el lograr eso.»

Así, cada personaje se nutre de las distintas personas que trabajan en el proyecto y que se ven unidas por un mismo motor: el amor por el arte dramático, el cual tiene la capacidad de conectar a las personas superando barreras físicas y mentales, logrando vinculaciones en distintos niveles y en este caso fortaleciendo un compromiso con nuestra sociedad.

«Lo que el director quiso transmitir creo que es muy claro, porque era justamente hacer que todos recuerden cómo era antes y que hagan catarsis y entiendan cómo son ahora. Esa luego era la idea que el director nos comentó. El director quería que ellos (el público) se acuerden de todo, volver a entender cómo era un niño y a disfrutar del momento.»


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