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Arrancarse las costras


Eternizar la herida. O el purgatorio.

Escribir como acto de onanismo existencial que nos obliga a exorcizar nuestros fantasmas, al menos eso es lo que esperamos mediante ese ejercicio de catarsis. Exhibición de las excrecencias como medio para purgar enfermedades, aquellas que se acumulan en nuestra historia personal. Enfermedades biográficas que al ser expuestas destilan la herida (recordar la fórmula de Bolaño: Literatura + enfermedad = enfermedad). La literatura no es una cura, ni mucho menos; en innumerables ocasiones parece acentuar nuestras aflicciones, encerrándonos en un círculo de obsesión: rumiamos sobre el mismo tema que nos aqueja, pero visto desde diferentes ángulos.

¿Por qué el dolor está relacionado con la escritura? Lejos de volver al cliché de idealizar el sufrimiento, Francis Bacon hacía notar su correlación con la creatividad:

«Creo que la vida es violenta y la mayoría de la gente se aleja de ese lado de ella en un esfuerzo por vivir una vida… Pero yo creo que solo se están engañando a sí mismos. El acto de nacer es una cosa violenta y el arte de morir es una cosa violenta. Y, como seguramente has observado, el acto de vivir es en sí violento. Por ejemplo, hay auto-violencia en el hecho de que yo beba demasiado. Pero me siento absolutamente seguro de que el artista debe ser nutrido por sus pasiones y sus desesperaciones. Estas cosas alteran a un artista ya sea para bien, para mejor o para peor. Debe alterarlo. Los sentimientos de desesperación e infelicidad son más útiles para un artista que el sentimiento de complacencia porque la desesperación y la infelicidad estiran toda tu sensibilidad».

Escribir como reacción sintomática, ¿acaso es la propia enfermedad escribiéndose? Una opresión desconocida en el plexo solar nos obliga a trazar línea tras línea hasta construir, a modo de un arquitecto insomne, esas ventanas ficcionadas por donde se comparte la angustia, haciéndola comunión. Que la angustia esté implicada en la literatura es una idea que George Bataille desarrolla en “La literatura y el mal”, donde afirma que estos dos elementos son inseparables: si la literatura se aleja del mal se vuelve aburrida, pues es la tensión lo que provoca que el lector no despegue sus ojos de las hojas. Por lo tanto, el escritor es culpable de ponerse del lado del mal; Kafka consideró el ejercicio de la escritura como una desobediencia a los suyos (¡ponte a trabajar, hippie!), actuaba “mal” porque no se alineaba a lo que su familia esperaba de él. También se dice que supo que ya nada le separaba de la escritura el día en que por primera vez escupió sangre.

Traición, incomunicación. Silencio.

Por otro lado y paradójicamente, para Alejandra Pizarnik la escritura era un llamado irrevocable ante su desesperación de incomunicación. Ella padecía la escritura, como un ser retorciéndose, latiendo en el interior de su médula, a la vez que dicho ser simboliza la ausencia. La ausencia de toda posibilidad de transmisión (¿traducción?) de una idea primigenia, que al ser traspasada al papel pierde en parte su “esencia”. Luego pasa por el siguiente y último filtro, la del lector con su personal bagaje, entonces no queda más que el significado impuesto y convencional, “un puente insalvable entre el deseo y la palabra”. Quien dice traducción dice traición, así la literatura se vuelve un círculo de traiciones.

La desconfianza de Pizarnik por las palabras no le deja otra opción que la de refugiarse en el silencio. Renuncia a la lucha por transmutar el lenguaje para luego abrazar una página en blanco, anhelando una poesía de lo indecible:

«(todo lo que se puede decir es mentira) el resto es silencio sólo que el silencio no existe»

Paralelismo curioso: en la novela Los detectives salvajes de Bolaño, los protagonistas se centran en la búsqueda de la poeta mexicana Cesárea Tinajero, cuyo único poema conocido es un dibujo de líneas con la palabra “Sión” arriba (curiosamente, esa suerte de poema gráfico se parece a otro hecho por el poeta Vladimir Maiakovski, cuyo título es “Cómo hacer poesía”). Cesárea sería todo lo que Pizarnik quería: venció a la hoja en blanco y a las palabras, lo abandonó todo y fue a refugiarse al desierto, el último de los silencios.

La escritura como cosmología alternativa al encuentro de ese inconsciente colectivo. Esa sensación de la mano fantasmal que guía la nuestra al momento de los garabateos. Explica tus textos, Alejandra; ella responde: ¿quién me los explica a mí?

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