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Reflexiones de un lector


Desde el punto de vista filosófico y antropológico la objetividad pura no existe. No creo que lo que en este momento de mi existencia escriba sea irrefutable, confío en que dentro de algún tiempo yo mismo lo refute, si es que ya no lo han hecho antes, o en el mejor de los casos, me parezca que el texto es insuficiente porque de lo único que puedo hablar con seguridad es de lo mucho que me falta aún por conocer.

De manera general, sobre la edición número 6 de la revista literaria El Guajhú, he podido notar un punto en común en el contenido que es el siguiente: cada ensayo o artículo deja una sensación de querer leer más al respecto. Es como la presentación de una idea que te deja con el ansia por conocer más, puede que, al contrario de lo que otros piensen, esto sea sumamente interesante, ya que esa carencia, aparente, conlleva a una necesidad de investigación y si todo marcha según este supuesto, los escritores habrán cumplido la tarea más difícil: que el lector haya buscado otras lecturas a partir del texto que ha leído en la revista.

Haciendo esta conjetura una idea me asalta la mente. Gracias a que formé parte en este número de la revista puedo aseverar que los trabajos expuestos tienen una independencia ideológica, es decir, que cada uno presentó su propuesta de manera independiente. Sin embargo, hay como un acuerdo tácito en que los textos tengan esa característica en común. Esto me lleva a pensar en que, tal vez, estamos dentro de una misma corriente o estilo que instintivamente –o podríamos recurrir una vez más al inconsciente colectivo– nos lleva a esa tendencia expuesta en el párrafo anterior. Sé que es prematuro hablar de estilos o corrientes, y muy literario de acuerdos entre escritores que no se conocen, pero, ¿acaso no nos envuelve la misma sociedad y la misma cultura? ¿o será que estamos haciendo nuestro propio camino literario, cada uno y a la vez todos juntos? Presumo que son cuestiones que solo con el transcurrir del tiempo podríamos dilucidar.

No es mi intención desmeritar ningún trabajo, a no ser que sea el mío. Los comentarios que haré a continuación son mi humilde apreciación. El lector mantiene una lucha constante, incesante, con el libro. Cada lector tiene una manera diferente de pasión hacia ese hecho. Esta lucha se da entre lo que uno sabe, o cree que sabe, y lo que presenta el libro. "El libro, literalmente, geométricamente, –diría Borges en una de sus conferencias citando las palabras de Emerson, que después trasladaría a un libro llamado Siete Noches– es un volumen, una cosa entre las cosas. Cuando lo abrimos, cuando el libro da con su lector ocurre el hecho estético". En su libro Análisis estructural del relato Roland Barthes escribe que lo más importante de un relato no está en el final, sino que lo atraviesa. Con esta premisa, nada simple, sustenta toda una teoría que desemboca en lo que él llama indicios. Los indicios son justamente el suspenso que logra el narrador en la obra y también se refiere a lo que el lector pueda inferir de una idea en un párrafo -núcleo- a través de las catálisis -ideas secundarias-. Barthes le da mucha importancia a estas ideas secundarias, ya que para él son el sustento de toda narración.

"Si un relato no los lleva a querer saber qué ocurrió después –escribió Borges- el autor no ha escrito para ustedes. Déjenlo de lado que la literatura es lo bastante rica para ofrecerles algún autor digno de su atención o indigno hoy de su atención y que leerán mañana". Si vamos a ceñirnos a cuestiones externas del libro, si no nos vamos a introducir en la historia que narra, si vamos a ver un libro como una cosa entre las cosas, si todavía tenemos ese concepto tradicional de que lo importante está en el final -en cierto grado lo es, pero no lo es todo-, para mí no tiene sentido. Claro que lo afectivo tiene mucha importancia, solo que no le veo una relación transcendental con lo literario.

Es muy difícil la tarea del crítico literario, más aún hoy que tenemos nuevas tendencias, y por si todo fuera poco la literatura en sí misma es indefinible. "Amor definido deja de serlo" escribió Miguel de Unamuno en su nivola “Niebla”. Esta misma esencia es la que impregna a la literatura. "Ni yo ni ningún otro poeta puede definir lo que es poesía", escribió Federico García Lorca. En cambio, para Mallarmé la poesía no era más que una ficción. De alguna manera, en contrapartida, Borges dijo "yo nunca he podido enseñar poesía, porque la poesía no se enseña, se siente". Grandes volúmenes hablan sobre lo que es literario y lo que no lo es, casi siempre dando circunloquios extravagantes y sorprendentes. Sin embargo, es muy acertado lo que se menciona en un ensayo en la revista que habla del conocimiento de la Historia de la Literatura y las Teorías Literarias.

Si bien, escribí al comienzo de este texto que la objetividad pura no existe, pero con estas dos herramientas, la Historia y la Teoría literaria, el “crítico” puede acercarse bastante a una objetividad verdaderamente crítica. Pero como ya se habrán podido dar cuenta, esto requiere de un amplio conocimiento, mucha dedicación y un entero compromiso, tal vez, a esto último es a lo que debemos de aspirar primero, a un compromiso con la literatura de nuestro país. Tenemos que llegar a comprometernos de manera física e intelectual para que podamos salir del baldío. Tenemos que ensayar nuestra propia crítica y dejarnos de los círculos de elogios baratos que tan solo nos llevan a dar más vueltas en la calesita. Tenemos que dejar de criticar a los “críticos” y criticar, de manera objetiva en lo que se pueda, las obras de los perros -sin ánimos de excluir a las escritoras-. Tenemos que dejar de ser egoístas.

Por eso celebro la existencia de la revista literaria El Guajhú y no vendría nada mal que vayan surgiendo más revistas. Este hecho actual debería de ser el orgullo de todos los que sentimos una pasión por las Letras.

Disculpen la sobrecarga de citas de escritores, no es que los tenga en un altar, pero me es imposible no darle la razón a todos. Tal vez nunca sepamos lo que en definición es la literatura, pero sabemos que eso no nos importa cuando estamos frente a una historia y la vivimos. Nuestra intención nunca debe de ser la de jueces, porque "nadie puede ser juez de lo que solo la posteridad lo es" escribió, en uno de sus majestuosos ensayos, el poeta Julio Herrera y Reissig.

Ilustrado por Patricia Cabrera

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